Hugh Hefner un Playboy enamorado
*Una crónica de Gay Talese Ilustraciones de Eduardo Seligra
En sus momentos más visionarios, sentado en la cama redonda de su avión particular, un elegante jet DC-9 negro que lo transportaba regularmente a él y a varias playmates de su mansión de Chicago a su mansión en Los Ángeles, Hugh Hefner se veía como la corporeización del sueño masculino. El creador de una utopía corporativa. El punto central de una película casera pero de gran presupuesto que de forma constante crecía sobre su tema narcisista mes a mes en su cabeza. Una película de romance y drama en la que él era el productor, el director, el escritor, el elector del elenco, el diseñador del decorado y el ídolo y amante de cada estrella apetecible que aparecía para fortalecer –jamás en primer plano– su posición favorita al borde de la saciedad.La fuente inicial de su fortuna fue PLAYBOY, que inició en 1953 con seiscientos dólares que pidió prestados dando como aval los muebles de su casa matrimonial. Y el éxito de su revista señaló el fin de su matrimonio y el principio de un continuo noviazgo con fotografías de desnudos y con modelos que habían posado para esas fotos. Las mujeres de PLAYBOY eran las mujeres de Hefner, y después de las sesiones fotográficas él las felicitaba, les compraba regalos lujosos y se llevaba a muchas de ellas a la cama. Incluso después de que dejaran de posar para PLAYBOY y se hubieran ido con otros hombres para crear sus propias familias, Hefner aún las consideraba sus mujeres. Él siempre las poseería en los volúmenes encuadernados de su revista.En 1960 abrió en Chicago su primer Playboy Club, introduciendo en su vida numerosas bunnies [conejitas] de todo el país, algunas de las cuales fueron a vivir a los dormitorios de su mansión de cuarenta y ocho habitaciones en la exclusiva zona de Gold Coast, próxima al lago de Chicago. Cuando vio por primera vez la mansión, ésta le recordó algunas de las enormes casas que él había visto en las películas de misterio, con túneles escondidos y puertas secretas. Pero después de haber comprado la propiedad y descubierto que carecía de esas características, se hizo construir su propio túnel, junto con paredes y bibliotecas que se movían apretando un botón. También añadió dentro del inmenso interior un estudio de cine y una máquina de palomitas de maíz, una pista de bolos y un baño turco. Y aunque él no nadaba, instaló en el sótano una piscina reglamentaria. La piscina estaba construida parcialmente con cristal, de modo que desde el bar que Hefner tenía bajo el agua veía una panorámica de las bunnies que nadaban desnudas.Ya que los mayordomos de traje oscuro y el numeroso personal de cocina de Hefner trabajaban en turnos, a él y a sus huéspedes les era posible pedir el desayuno o la cena a cualquier hora del día o de la noche. Y como Hefner prefería que todas las ventanas de la casa estuvieran cerradas, podía residir en reclusión principesca durante muchos meses sin enterarse jamás de la temperatura exterior, de la actividad de la calle, de la temporada del año o de la hora del día. Al igual que el predestinado Jay Gatsby –el héroe de Fitzgerald, su novelista favorito–, Hefner daba con frecuencia grandes fiestas para cientos de personas. Y, como Gatsby, a veces ni hacía acto de presencia, pues prefería quedarse en su suite privada detrás de unos muros de roble para trabajar en la diagramación de un próximo número de su revista, o gozar de la compañía de un grupo más reducido de íntimos, o mirar en la pantalla que tenía delante de su cama una película de las cientos que almacenaba en su cinemateca.Su suite, diseñada por él mismo de modo que no tuviera que salir de ella salvo en raras ocasiones, ofrecía toda clase de comodidades. Tenía equipos de sonido y televisión que le permitían ponerse en contacto desde su cama con los ejecutivos de PLAYBOY que estaban a algunas manzanas de distancia. Apretando botones, podía hacer girar la cama trescientos sesenta grados en cualquier dirección: la podía hacer sacudir, vibrar o detenerse súbitamente ante la chimenea o ante un sofá pardo o frente al aparato de televisión o delante de una cabecera de cama baja, chata y curva que le servía como escritorio y mesa para comer. Contenía un estéreo, varios teléfonos y un refrigerador en el que guardaba champaña y su bebida favorita, Pepsi Cola, de la que consumía más de una docena de botellas al día. Asimismo, en su habitación llena de espejos había una cámara de televisión enfocada a su cama. Esto le permitía filmar y conservar las imágenes de sus momentos de placer con algunas amantes o, como sucedía a menudo, con tres o cuatro amantes al mismo tiempo.Una noche, un recién llegado a la mansión abrió la puerta de la suite de Hefner y lo encontró desnudo en medio de la cama rodeado por media docena de playmates y bunnies. Cada una lo masajeaba delicadamente con aceite mientras él las observaba atentamente, al parecer obteniendo tanto placer de lo que veía como de lo que sentía. Era como si las fotos de su revista hubiesen cobrado vida súbitamente y le aceitaran el cuerpo en un ritual erótico.
* * *
Cuando Hefner la vio por primera vez, le sorprendió el parecido que tenía con su ex mujer Mildred. Barbara Klein era la quintaesencia de la chica del barrio, una morena de ojos verdes con una tez perfecta, una bonita y simpática nariz respingada y un cuerpo gracioso y floreciente resaltado por una indumentaria informal, pero bien cortada. Barbara Klein había sido animadora del equipo de football de su escuela y Miss América Adolescente en Sacramento, su ciudad natal. Después de haber salido varias veces con ella, de repente Hefner pareció interesado en tener una relación más formal. Ya tenía más de cuarenta años, y aunque Barbara Klein no era mucho mayor que su hija Christie, era diferente de las docenas de jóvenes que él había conocido desde su divorcio. Tenía curiosidad intelectual, era más vivaz y estaba más educada socialmente. Como hija de un médico de una conocida familia judía de Sacramento, sentía menos fascinación por la fortuna o posición de Hefner que la mayoría de las demás chicas. Cuando salían juntos, Barbara insistía en que no pasase a buscarla con su limusina con chofer y prefería conducir su propio coche y reunirse con él en un restaurante o en la fiesta a la que habían acordado asistir. También evitaba estar a solas con él en una habitación, pues no tenía intención de perder la virginidad con un hombre de su edad y reputación. Al principio de sus relaciones, ella le explicó:–Eres una buena persona, pero jamás he salido con alguien mayor de veinticuatro años.A lo que él contestó:–Está bien, lo mismo me sucede a mí.Aunque Hefner había tenido relaciones con cientos de mujeres fotogénicas desde que empezara su revista, disfrutaba de la compañía femenina más que nunca. Quizá lo más significativo, considerando todo lo que Hefner había visto y hecho en los últimos años, era el hecho de que cada encuentro con una mujer desconocida representaba para él una experiencia nueva. Era como si siempre estuviera viendo desvestirse por primera vez a una mujer, redescubriendo con deleite la belleza del cuerpo femenino y con anhelosa expectativa cuando se quitaban las bragas y se les veían sus suaves nalgas. Y jamás se cansaba de consumar el acto. Era un adicto al sexo con un apetito insaciable.A medida que Barbara Klein pasaba más tiempo en su compañía y empezaba a conocer a sus numerosos amigos en el mundo de la edición y el espectáculo, ella se sentía cada vez más cómoda en su mundo y personalmente más sensible con Hefner. En 1969, durante una visita a su mansión de Chicago, Barbara Klein no sólo se mostró dispuesta sino ansiosa por consumar sus relaciones en la gran cama redonda. También estuvo de acuerdo en posar para la cubierta de PLAYBOY, la que sería la primera de sus numerosas apariciones que le atraerían finalmente la atención nacional con el nombre de Barbi Benton. Hefner estaba fascinado con ella, sacudido por la atracción intensa que le producía, y a medida que ella reaccionaba con juvenil deleite a los lugares y cosas hermosas que Hefner daba por descontadas, motivaba en él un deseo de explorar aun más las ilimitadas posibilidades de su vida. Durante un fin de semana en Acapulco, Hefner se animó a seguir a Barbie y a sus amigos a volar en un water-kite propulsado por una lancha. Y por unos momentos de peligro, porque él no sabía nadar, el irremplazable director de Playboy Enterprises se vio colgado de sus brazos a una gran altura sobre la bahía.Debido a Barbi Benton, Hefner pasaba más tiempo que nunca en Los Ángeles, y en 1970 llegaría a comprar por un millón y medio de dólares un châtelaine . Juntos discutieron cómo redecorarían esa mansión de treinta habitaciones cubierta de marfil que se transformaría en la Playboy Mansion West, en la cual, durante muchos meses, arquitectos y constructores remodelaron los cinco acres y medio y los convirtieron en colinas y jardines, construyeron un lago y una cascada detrás de la casa principal y también crearon una gruta de piedra que albergaba una serie de jacuzzi donde los huéspedes podrían bañarse desnudos. Pusieron música en la gruta acuática, en el bosque de pinos y sequoyas, y en las praderas de césped donde podían vivir los animales de Hefner recientemente adquiridos: llamas y monos, mapaches y conejos, y hasta pavo reales. En los estanques había patos y ocas. En el aviario había cóndores, aracangas y flamencos. Asimismo, en un claro del bosque había una cancha de tenis a la que se debía bajar por unas escalinatas y sobre la que había una zona para comer al aire libre donde se podían servir almuerzos o cenas. Allí, camareros de corbata negra daban en bandeja, a cada pareja que llegaba con sus raquetas, dos latas sin abrir de pelotas de tenis.Visible desde prácticamente cualquier rincón de la propiedad, pese a los altos árboles y setos, estaba la mansión, una estructura como castillo con chimeneas como torreones que imitaban a una mansión inglesa del siglo XV. Frente a la entrada principal había una fuente de mármol blanco con querubines y cabezas de leones que arrojaban chorros de agua; y después de pasar por un arco de piedra y una sólida puerta de roble, los visitantes entraban en un inmenso recibidor con suelos de mármol y en el que colgaba un gigantesco candelabro dorado con velones que casi tenían el tamaño de un bate de béisbol. A la derecha había un comedor principesco con una gran mesa pulida de madera rodeada por doce sillas forradas de terciopelo azul; a la derecha, un gran salón con piano de concierto, sofás de cuero y muchas sillas que serían ocupadas por invitados en esas noches en que Hefner convertía el salón en un decorado de cine. Del recibidor partía una escalera gótica de doble balaustrada de madera que llevaba a varias de las suites privadas, incluyendo la suite principal que sería ocupada por Barbi Benton.
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Durante una de sus estancias en Chicago, a cientos de kilómetros de Barbi Benton, Hefner se sintió especialmente atraído por una rubia de ojos verdes como esmeraldas, oriunda de Texas y llamada Karen Christy. Con unos pechos inmensos, firmes y magníficos, y rizados cabellos rubios platinados que le cubrían los hombros y le llegaban hasta la media espalda, Karen Christy había sido descubierta en Dallas durante una «cacería de bunnies» llevada a cabo por un ejecutivo de Hefner llamado John Dante. Dante viajaba a menudo de ciudad en ciudad entrevistando a aquellas mujeres que, en respuesta a un anuncio en el periódico local, habían expresado su interés en trabajar en uno de los quince Playboy Clubs que operaban en todo el país. En Dallas, Karen y otras doscientas solicitantes se reunieron en el hotel Statler-Hilton para posar en bikini y conocer a John Dante y a otros ejecutivos de la revista. Cuando dos semanas después se le notificó que estaba aceptada, recibió un billete de avión para Chicago y una invitación para residir en la mansión de Playboy mientras la adiestraban para el club de Miami.Karen reaccionó con alegría y entusiasmo, porque jamás había ido al este de Texas y había pasado casi toda su juventud en las afueras rurales de Abilene con una familia que no estaba acostumbrada a las buenas noticias. Llegó a la conclusión de que el empleo de camarera con un rabo de algodón tenía que ser más interesante y remunerado que el de secretaria en una oficina. Entonces hizo las maletas y, al llegar al aeropuerto de Chicago, cogió un taxi hasta los portales de hierro negro forjado de la residencia de piedra caliza y ladrillo de Hefner en North State Parkway. Después de que los guardias de seguridad hubiesen comprobado su identidad en el vestíbulo, Karen Christy fue escoltada por un mayordomo a través de un salón de mármol y cruzó la puerta que daba a los dormitorios de las bunnies.Detrás de la puerta oyó el sonido de duchas y risas, secadores de pelo y música de la radio. Y, cuando traspasó el recibidor, vio a varias muchachas desnudas que entraban y salían de las habitaciones, presumiblemente preparándose para trabajar en el Playboy Club.Sorprendida y ligeramente molesta por la extrema informalidad del ambiente, Karen tomó aun más conciencia de dónde estaba cuando al entrar en la suite que le habían asignado, vio delante de un espejo a una morena desnuda peinándose y a una rubia de pelo corto sentada ante el vestidor limándose las uñas. Aunque ambas se mostraron simpáticas cuando Karen se presentó y contestaron con paciencia a todas sus preguntas sobre el trabajo que comenzaría al día siguiente, Karen sintió que mientras ellas hablaban la observaban críticamente, estudiando el contorno de su cuerpo bajo sus ropas. Y cuando se hubo quitado la blusa, pero no el brassière, una de las mujeres comentó, como de paso:–Nosotras no usamos eso aquí.Karen sonrió, pero no se quitó el sostén mientras seguía deshaciendo la maleta. Y hasta que no se fueron de la habitación y el dormitorio quedó vacío y en silencio, ella no se quitó toda la ropa para entrar en el baño a ducharse. Más tarde, sintiéndose refrescada y vestida con ropa nueva que había comprado en Dallas, Karen salió del dormitorio y bajó las escaleras para encontrarse de pronto en el inmenso salón que tenía suelos de teca y un techo a más de siete metros y medio de altura cubierto de cuadros de flores. Alrededor de una mesa de café, cerca de la distante chimenea, conversaba un grupo de mujeres y de hombres mayores. Hefner no estaba entre ellos, pero Karen reconoció al hombre que había conocido en Dallas, John Dante. Cuando Dante la vio, se levantó de inmediato y se acercó para saludarla. Dante era un hombre elegante, con un bigote pequeño y una cara amable y rubicunda. Tenía puesta una camisa abierta de seda con un medallón de oro sobre el pecho y unos pantalones bien planchados. Aunque era de hablar reposado, los camareros presentes en el salón, atentos a su estatus en la jerarquía de Hefner, quedaron a la expectativa mientras Dante estrechaba la mano de Karen. Y cuando le preguntó si quería algo de comer o beber, dos camareros aparecieron de pronto a su lado listos para satisfacer sus deseos.La presentó a la gente de la mesa y Karen tomó asiento entre ellos durante algunos momentos de molesto silencio, mientras los demás seguían charlando y sintiéndose relajados en el esplendor del lugar. Entonces se sumó al grupo una mujer atractiva de unos treinta años con facciones delicadas y finas, grandes ojos expresivos y unos modales que, aunque refinados, parecieron cálidos y naturales. Se llamaba Bobbie Arnstein y, como luego se enteró Karen, era la secretaria social y confidente de Hefner. Entre otras obligaciones, ayudaba a recibir a los huéspedes y visitantes famosos de Hefner, convenía el horario de las reuniones comerciales celebradas en la suite de Hefner y hacía casi todas las compras, incluyendo los regalos de Navidad y cumpleaños que Hefner enviaba a sus padres e hijos. Hacía años, aunque de forma breve e informal, ella había tenido un romance con Hefner, pero desde entonces su relación había madurado hasta desembocar en una profunda y especial amistad. Ahora Bobbie Arnstein, como Hefner, prefería amantes que fuesen menores que ella. La presencia de Bobbie en la mesa y su manera sutil de incluirla en la conversación facilitaron que Karen se sintiera más a gusto entre tantos desconocidos. Pero de cualquier manera agradeció la salida elegante que le ofreció Dante cuando la invitó a conocer la mansión.Con Dante a su lado, Karen cruzó el salón de paneles de roble donde habían estado sentados, subieron dos escalones y cruzaron una puerta que daba a una habitación que estaba atestada de aparatos electrónicos, incluyendo ocho distintos monitores de televisión, uno para cada canal de Chicago, lo que permitía grabar de forma simultánea una variedad de programas y volveros a pasar a gusto de Hefner. Al abrir una segunda puerta, Dante guió a Karen por la gruesa alfombra blanca de una habitación con paneles que estaba dominada por una cama redonda en cuyo centro estaba Hugh Hefner comiendo una hamburguesa y bebiendo una Pepsi Cola, mientras leía unas pruebas de imprenta. Levantando las cejas y con una sonrisa exagerada, Hefner saltó de la cama para saludarla.En los diez minutos siguientes, aparte de discutir con Dante para diversión de Karen, conversó con ella de forma seria, pero amable. Le hizo preguntas sobre su pasado y sus futuras aspiraciones, y le mostró el apartamento, su lujosa librería con paredes llenas de libros, su zona de baños con una bañera romana de un tamaño suficiente para una docena de personas, y los muchos botones y accesorios que activaban su cama rotatoria, que medía unos dos metros y medio de diámetro y había costado quince mil dólares. Cerca del lecho había una cámara que lo enfocaba y estaba diseñada para realizar transmisiones instantáneas y diferidas de las actividades amorosas de Hefner, algo que él encontraba insaciablemente estimulante. Pero en la exhibición a Karen Christy no mencionó ese aparato.Antes de que Karen se retirase, Hefner le explicó que más tarde jugaría al billar con el actor Hugh O’Brian y algunos otros huéspedes de la casa, y añadió que estaría encantado si Karen se unía al grupo. Ella contestó que iría. Luego, ya descansando en su cuarto, se sorprendió de lo cómoda que se había sentido en presencia de Hefner y lo realmente alegre y simpático que él le había parecido. También halló encantadoras las señales de adolescente descuido que observó en la suite privada: los suelos llenos de papeles y revistas viejas, ropas tiradas descuidadamente sobre los muebles, la maleta de su viaje a California abierta, pero aún sin vaciar. Pese a los muchos criados dedicados a mantener el orden y el aseo a toda hora, Hefner daba la impresión de tener que ser atendido con más cuidado, más personalmente.
Después de una cena a medianoche, que los camareros tuvieron que llevar en bandejas de plata a la sala de juegos y servirla sobre los cristales de las máquinas de juegos en que Hefner y algunos amigos seguían jugando mientras comían, el grupo bajó al bar que estaba debajo de la piscina a tomar unos tragos, nadar y conversar. Hefner se mantuvo cerca de Karen. Poco a poco los demás fueron intuyendo que él quería algo de intimidad y los dejaron solos. Era la una cuando llegaron y tres horas después aún estaban allí, sentados juntos y hablando en susurros ante una pequeña mesa bajo la luz verdiazulada de la piscina. Él parecía interesado en conocer su pasado, sus estudios y cómo había superado los numerosos problemas y las muertes en su familia. Parecía auténticamente interesado en conocerla íntimamente, ansioso por escuchar de ella lo que nunca nadie se había tomado el tiempo de escuchar. Y la escuchaba durante largo rato sin interrumpirla, permitiéndole desarrollar sus ideas sin prisa. Ella también lo escuchó mientras él le hablaba de su propio pasado, su matrimonio desgraciado, sus esperanzas respecto de sus hijos y su actual relación en Los Ángeles con Barbi Benton. Karen agradeció especialmente su franqueza en lo que concernía a Barbi, un tema que un hombre menos honesto podría haber ignorado a conveniencia, por lo menos la primera noche que estaba con alguien nuevo.Así pasaron unos meses, y a medida que se sentía más ligada emocionalmente a Hefner, Karen experimentaba una creciente soledad y se preguntaba en privado qué sabría Barbi de ella, si es que sabía algo. Pero las llamadas telefónicas que recibía cada día de Hefner cuando él estaba en California y los regalos que le hacía la tranquilizaban. Durante su primer mes juntos, él le había dado un reloj de diamantes con una inscripción: «Con amor». Su regalo de Navidad en 1971 fue un abrigo largo de armiño blanco. Y en marzo del año siguiente, cuando ella cumplió veintiún años, le entregó un anillo de diamantes de cinco quilates de Tiffany’s. También le dio un anillo de esmeraldas, una chaqueta de zorro plateado, una pintura de Matisse, un gato persa y una hermosa reproducción metálica de la cubierta de PLAYBOY en la que ella había aparecido. Su regalo de Navidad en 1972 fue un Lincoln Mark IV blanco: un auto lujosísimo.Con el dinero que ganaba como modelo y sus apariciones públicas en PLAYBOY, Karen compró para el tablero del Monopolio de Hefner unas piezas especialmente diseñadas como hoteles tallados a mano iguales al Playboy Plaza Hotel de Miami, y pequeñas estatuas de las seis personas que más a menudo se sentaban alrededor del tablero. Además de Hefner, cuya escultura de pocos centímetros de altura tenía puesta una bata roja y fumaba una pipa, las otras figurillas representaban a Karen, a Bobbie Arnstein y a John Dante, y a los dos viejos amigos y huéspedes habituales de la casa: Gene Siskel, el crítico de cine del TRIBUNE de Chicago, y Shel Silverstein, un dibujante y escritor de literatura infantil. Asimismo, le encargó a un artista de Chicago que hiciera un retrato de Hefner: una gran pintura al óleo que lo mostraba sentado en una silla vestido con una bata de seda y fumando una pipa, mientras encima de su cabeza había una nube de humo blanco en la que estaba una foto de Karen Christy desnuda. Cuando le mostró el regalo, se divirtió señalando que la parte donde estaba su foto podía separarse y que cuando él se cansara de mirarla, podría reemplazarla con total facilidad por la foto de alguna otra.
* * *
Una revista le dio a Barbi Benton la primera noticia de que Hefner estaba más que súper-oficialmente comprometido con otra mujer. Sin telefonear ni notificárselo de ningún modo a Hefner, Barbi hizo sus maletas y abandonó la mansión. Cuando Hefner se enteró de su partida, de inmediato llamó a sus pilotos para que lo llevaran a California, afligiendo mucho a Karen Christy, quien en los últimos meses había llegado a creer que Hefner estaba más enamorado de ella que de Barbi. Después de tranquilizar a Karen diciéndole que ella era fundamental en su vida, pero insistiendo en que se sentía obligado a aplacar a Barbi y que tenía que hacerlo en persona, partió hacia Los Ángeles. Karen pareció comprender su partida: Barbi había estado en la vida de Hefner antes que ella.Lo que Hefner no admitió ante Karen era que quería que Barbi regresara, que las necesitaba a las dos, que se sentía atraído por ambas por razones diferentes. Admiraba a Barbi Benton por su vitalidad y espíritu animoso. Y el hecho de que él no pudiera controlar financieramente a esta californiana independiente que también intentaba afirmar su personalidad como cantante de música country-and-western, la convertía en un desafío personal y constantemente deseable. Pero en otras áreas que eran importantes para Hefner –en especial entre las cuatro paredes de su dormitorio–, Barbi no podía competir con Karen. Aunque tímida con la gente, Karen era desinhibida en privado. Y en el vasto y variado pasado erótico de Hefner, él nunca había conocido a nadie que pudiera superarla en habilidad y ardor en la cama. La visión de ella quitándose la ropa era algo que le fascinaba. Y después de haberle bañado el cuerpo con aceite –lo que ella parecía disfrutar tanto como él–, el hacer el amor de forma suave y brillante lo transportaba a cimas de placer apasionado. A diferencia de Barbi, quien a menudo estaba fatigada por la noche después de ensayar en los estudios y detestaba que el aceite le manchara el pelo las noches en que tenía ensayo la mañana siguiente, Karen no tenía ambiciones profesionales y sí muchas horas libres durante el día para lavarse y secarse el pelo. Cuando tenía ganas de estar con una sola persona, esa persona era generalmente Karen Christy, pero cuando hacía de anfitrión en una gran fiesta –en especial en una para recolectar fondos para las causas sociales que frecuentemente patrocinaba–, prefería tener a su lado a Barbi Benton. Barbi era la única mujer que había conocido en años recientes de la que él creyese que pudiera ser una esposa aceptable.Si bien no tenía ninguna intención de ofrecerle matrimonio a Barbi Benton para inducirla a un posible retorno, no se podía imaginar feliz en su mansión de la Costa Oeste si ella no residía allí. Y tan pronto como aterrizó en Los Ángeles y la localizó por teléfono en un hotel de Hawai –donde le alivió saber que estaba en casa de una amiga–, le rogó que lo perdonase y le dijo que no debía permitir que un artículo destruyera sus años de amor y comprensión.Aunque por teléfono ella se mostró reservada e insistió en que se quedaría una semana más en Hawai, aceptó hablar con él en persona cuando regresara a Los Ángeles. Pero cuando él la vio, ella aún estaba molesta y distante, y aunque admitió que todavía lo amaba y esperaba que su relación pudiera revivir, le anunció que había alquilado un departamento en Beverly Hills, un lugar al que podría ir cuando quisiera apartarse de los huéspedes de la mansión y de las bunnies.Después de que Barbi Benton hubiera estado en la cama con Hugh Hefner, le prometió que no saldría con otros hombres y Hefner le prometió que le sería fiel a su manera. A partir de entonces le envió flores a su apartamento cada día proclamándole su amor. En el ínterin, él hablaba diariamente por teléfono con Karen Christy, quien estaba ansiosa de que regresase, pero cuando volvió a su mansión de Chicago, sintió que ella también estaba de algún modo diferente, más reservada, menos abierta con él, aun cuando ella le dijo que nada había cambiado entre ellos. Y entonces, una tarde, al salir de una reunión de negocios, Hefner descubrió que Karen Christy no estaba en la mansión. Algunos de los huéspedes y guardias la habían visto hacía unas horas, pero una rápida inspección de cada cuarto de la casa, incluyendo los pasadizos y pasillos secretos, no dio ninguna pista de dónde se encontraba. A la medianoche, Hefner estaba visiblemente conmovido y exasperado. Y ante la sugerencia de que quizá ella podía estar en el apartamento de una bunny llamada Nanci Heitner, con quien Karen solía pasar el tiempo cuando Hefner no estaba en la ciudad, se puso un abrigo encima del pijama, saltó a su Mercedes con chofer y, acompañado por unos guardias, viajó en medio de una ligera nevada al barrio Lincoln Park de Chicago.Cuando el chofer se detuvo ante un edificio de ladrillos de cuatro pisos donde vivía Nanci Heitner, Hefner y los guardias se apresuraron a llegar a la puerta a oscuras y encendieron cerillas para mirar en los nombres del correo para localizar el apartamento de Nanci Heitner. Había una hilera de seis botones a lo largo de la caja, pero los nombres cubiertos de plástico eran ilegibles o no estaban. De modo que el impaciente Hefner tocó los seis botones a la vez. Cuando, por último, se abrió la puerta, se acercó a las escaleras y preguntó en voz muy alta:–Hola, soy Hugh Hefner. ¿Está Karen Christy por allí?Los dos guardias, pertrechados con walkie-talkies y Hefner con una Pepsi, aguardaron un momento a que les llegara alguna respuesta. Como no hubo ninguna, Hefner procedió a subir las escaleras y a golpear en cada puerta, repitiendo:–Soy Hugh Hefner y busco a Karen Christy.Pronto, en el segundo piso, oyó ruidos detrás de una puerta y vio luz a través de la cerradura.–¿Qué es lo que quiere? –preguntó una mujer detrás de la cerradura.–Soy Hugh Hefner y...–¿Es realmente Hugh Hefner? –preguntó la mujer aún sin abrir la puerta.Luego Hefner oyó la voz de un hombre en el fondo que le preguntaba qué era todo ese alboroto, y ella contestó:–Ahí afuera hay un idiota que dice que es Hugh Hefner.Nadie contestó a las puertas del segundo y del tercer piso, pero Hefner siguió subiendo y, después de golpear la puerta del apartamento 4-A, oyó el ladrido de un perro y una voz que le anunció:–Karen no está aquí.Se abrió la puerta y Nanci Heitner, una joven rubia con una bata negra, manteniendo alejado a su perro tibetano, dejó que entraran Hefner y los guardias.–No está aquí. Puede comprobarlo usted mismo.Mientras Hefner se disculpaba por esta irrupción a deshoras, los guardias revisaron el apartamento de Nancy, sus armarios y hasta debajo de la cama. Hefner parecía cansado y desesperado, despeinado y con su botella vacía de Pepsi Cola. Después de que los guardias completaron su búsqueda, Nancy Heitner los acompañó hasta la puerta sintiendo lástima por él. Apenas se había ido el coche de Hefner cuando sonó el teléfono. Era la voz sollozante de Karen Christy diciendo que estaba en una cabina telefónica y que quería ir al apartamento, añadiendo que tenía que alejarse del infiel Hugh Hefner. Las dos muchachas hablaron durante horas, abandonando el apartamento para tomar una última copa a las dos de la madrugada en el ambiente más alegre del cercano bar Four Torches. Pero cuando volvían al edificio, dos horas después, vieron el coche de Hefner en la calle. Y cuando él las vio, saltó del coche y corrió hacia Karen con los brazos abiertos. Karen se detuvo al lado de Nanci y lanzó una maldición entre dientes. Pero cuando Hefner se le acercó con lágrimas en los ojos, Karen se abalanzó para abrazarlo y ella también empezó a llorar.
* * *
Hefner sugirió que tomaran unas cortas vacaciones en Acapulco, y Karen se entusiasmó. Para ella había sido un invierno largo y frío en Chicago, y estaba muy dispuesta a pasar unos días al sol.
Acompañados por una pareja de amigos de Hefner que le caía muy bien a Karen, la visita a Acapulco fue para ella un alivio de todas las tensiones de los últimos meses. Hefner le estaba dando su bien más preciado –su tiempo–, y en los días y noches refulgentes que pasaron, ella se sintió feliz en su presencia y deseó que esa situación durase para siempre. Pero la vida cálida al aire libre y las noches tranquilas ejercían poca atracción sobre Hefner.
De regreso, camino al aeropuerto, sentada a su lado en el asiento trasero del coche, Karen se preguntó en voz alta cuándo volverían a estar juntos. Después de que él le diera una respuesta vaga, ella lo obligó a ser más específico. Quería saber cuánto tiempo le llevarían sus obligaciones, por lo menos aproximadamente, y cuándo podría contar con volver a verlo. Pero él se mantuvo tercamente evasivo y distante: fue como si ya estuviera volando a kilómetros de distancia, fuera de su alcance. Y cuando ella caminó de su brazo a través de una sala llena de gente y hacia la pista brillante donde lo esperaba el avión Playboy, se sintió presa de una gran ansiedad. Y antes de darle un beso de despedida, trató una vez más de arrancarle una respuesta concreta a su urgente pregunta. En ese momento, de repente y furiosamente, Hefner cogió el portafolios de cuero que llevaba y lo arrojó por el aire hacia el avión. Cuando la cartera rebotó pesadamente en el suelo, Hefner se lanzó tras ella como un galgo persiguiendo un conejo mecánico. Y cuando llegó adonde estaba, saltó con ambos pies sobre ella varias veces.
Mientras sus pilotos lo contemplaban perplejos y algunos grupos de turistas bronceados por el sol se detenían para mirarlo, la petrificada Karen Christy corrió hacia Hefner. Pero antes de que ella llegara, él se había calmado milagrosamente y su tempestuoso ataque había desaparecido por sí solo a los pocos segundos. Mientras bajaba de estar de pie sobre su portafolios, no pareció avergonzado ni consciente de lo que había hecho. Y después de que alguien se llevara su cartera algo maltrecha y que él le hubiera dado a Karen un beso de despedida, subió la escalerilla metálica. Luego desapareció en la cabina del avión.
En sus momentos más visionarios, sentado en la cama redonda de su avión particular, un elegante jet DC-9 negro que lo transportaba regularmente a él y a varias playmates de su mansión de Chicago a su mansión en Los Ángeles, Hugh Hefner se veía como la corporeización del sueño masculino. El creador de una utopía corporativa. El punto central de una película casera pero de gran presupuesto que de forma constante crecía sobre su tema narcisista mes a mes en su cabeza. Una película de romance y drama en la que él era el productor, el director, el escritor, el elector del elenco, el diseñador del decorado y el ídolo y amante de cada estrella apetecible que aparecía para fortalecer –jamás en primer plano– su posición favorita al borde de la saciedad.La fuente inicial de su fortuna fue PLAYBOY, que inició en 1953 con seiscientos dólares que pidió prestados dando como aval los muebles de su casa matrimonial. Y el éxito de su revista señaló el fin de su matrimonio y el principio de un continuo noviazgo con fotografías de desnudos y con modelos que habían posado para esas fotos. Las mujeres de PLAYBOY eran las mujeres de Hefner, y después de las sesiones fotográficas él las felicitaba, les compraba regalos lujosos y se llevaba a muchas de ellas a la cama. Incluso después de que dejaran de posar para PLAYBOY y se hubieran ido con otros hombres para crear sus propias familias, Hefner aún las consideraba sus mujeres. Él siempre las poseería en los volúmenes encuadernados de su revista.En 1960 abrió en Chicago su primer Playboy Club, introduciendo en su vida numerosas bunnies [conejitas] de todo el país, algunas de las cuales fueron a vivir a los dormitorios de su mansión de cuarenta y ocho habitaciones en la exclusiva zona de Gold Coast, próxima al lago de Chicago. Cuando vio por primera vez la mansión, ésta le recordó algunas de las enormes casas que él había visto en las películas de misterio, con túneles escondidos y puertas secretas. Pero después de haber comprado la propiedad y descubierto que carecía de esas características, se hizo construir su propio túnel, junto con paredes y bibliotecas que se movían apretando un botón. También añadió dentro del inmenso interior un estudio de cine y una máquina de palomitas de maíz, una pista de bolos y un baño turco. Y aunque él no nadaba, instaló en el sótano una piscina reglamentaria. La piscina estaba construida parcialmente con cristal, de modo que desde el bar que Hefner tenía bajo el agua veía una panorámica de las bunnies que nadaban desnudas.Ya que los mayordomos de traje oscuro y el numeroso personal de cocina de Hefner trabajaban en turnos, a él y a sus huéspedes les era posible pedir el desayuno o la cena a cualquier hora del día o de la noche. Y como Hefner prefería que todas las ventanas de la casa estuvieran cerradas, podía residir en reclusión principesca durante muchos meses sin enterarse jamás de la temperatura exterior, de la actividad de la calle, de la temporada del año o de la hora del día. Al igual que el predestinado Jay Gatsby –el héroe de Fitzgerald, su novelista favorito–, Hefner daba con frecuencia grandes fiestas para cientos de personas. Y, como Gatsby, a veces ni hacía acto de presencia, pues prefería quedarse en su suite privada detrás de unos muros de roble para trabajar en la diagramación de un próximo número de su revista, o gozar de la compañía de un grupo más reducido de íntimos, o mirar en la pantalla que tenía delante de su cama una película de las cientos que almacenaba en su cinemateca.Su suite, diseñada por él mismo de modo que no tuviera que salir de ella salvo en raras ocasiones, ofrecía toda clase de comodidades. Tenía equipos de sonido y televisión que le permitían ponerse en contacto desde su cama con los ejecutivos de PLAYBOY que estaban a algunas manzanas de distancia. Apretando botones, podía hacer girar la cama trescientos sesenta grados en cualquier dirección: la podía hacer sacudir, vibrar o detenerse súbitamente ante la chimenea o ante un sofá pardo o frente al aparato de televisión o delante de una cabecera de cama baja, chata y curva que le servía como escritorio y mesa para comer. Contenía un estéreo, varios teléfonos y un refrigerador en el que guardaba champaña y su bebida favorita, Pepsi Cola, de la que consumía más de una docena de botellas al día. Asimismo, en su habitación llena de espejos había una cámara de televisión enfocada a su cama. Esto le permitía filmar y conservar las imágenes de sus momentos de placer con algunas amantes o, como sucedía a menudo, con tres o cuatro amantes al mismo tiempo.Una noche, un recién llegado a la mansión abrió la puerta de la suite de Hefner y lo encontró desnudo en medio de la cama rodeado por media docena de playmates y bunnies. Cada una lo masajeaba delicadamente con aceite mientras él las observaba atentamente, al parecer obteniendo tanto placer de lo que veía como de lo que sentía. Era como si las fotos de su revista hubiesen cobrado vida súbitamente y le aceitaran el cuerpo en un ritual erótico.
* * *
Cuando Hefner la vio por primera vez, le sorprendió el parecido que tenía con su ex mujer Mildred. Barbara Klein era la quintaesencia de la chica del barrio, una morena de ojos verdes con una tez perfecta, una bonita y simpática nariz respingada y un cuerpo gracioso y floreciente resaltado por una indumentaria informal, pero bien cortada. Barbara Klein había sido animadora del equipo de football de su escuela y Miss América Adolescente en Sacramento, su ciudad natal. Después de haber salido varias veces con ella, de repente Hefner pareció interesado en tener una relación más formal. Ya tenía más de cuarenta años, y aunque Barbara Klein no era mucho mayor que su hija Christie, era diferente de las docenas de jóvenes que él había conocido desde su divorcio. Tenía curiosidad intelectual, era más vivaz y estaba más educada socialmente. Como hija de un médico de una conocida familia judía de Sacramento, sentía menos fascinación por la fortuna o posición de Hefner que la mayoría de las demás chicas. Cuando salían juntos, Barbara insistía en que no pasase a buscarla con su limusina con chofer y prefería conducir su propio coche y reunirse con él en un restaurante o en la fiesta a la que habían acordado asistir. También evitaba estar a solas con él en una habitación, pues no tenía intención de perder la virginidad con un hombre de su edad y reputación. Al principio de sus relaciones, ella le explicó:–Eres una buena persona, pero jamás he salido con alguien mayor de veinticuatro años.A lo que él contestó:–Está bien, lo mismo me sucede a mí.Aunque Hefner había tenido relaciones con cientos de mujeres fotogénicas desde que empezara su revista, disfrutaba de la compañía femenina más que nunca. Quizá lo más significativo, considerando todo lo que Hefner había visto y hecho en los últimos años, era el hecho de que cada encuentro con una mujer desconocida representaba para él una experiencia nueva. Era como si siempre estuviera viendo desvestirse por primera vez a una mujer, redescubriendo con deleite la belleza del cuerpo femenino y con anhelosa expectativa cuando se quitaban las bragas y se les veían sus suaves nalgas. Y jamás se cansaba de consumar el acto. Era un adicto al sexo con un apetito insaciable.A medida que Barbara Klein pasaba más tiempo en su compañía y empezaba a conocer a sus numerosos amigos en el mundo de la edición y el espectáculo, ella se sentía cada vez más cómoda en su mundo y personalmente más sensible con Hefner. En 1969, durante una visita a su mansión de Chicago, Barbara Klein no sólo se mostró dispuesta sino ansiosa por consumar sus relaciones en la gran cama redonda. También estuvo de acuerdo en posar para la cubierta de PLAYBOY, la que sería la primera de sus numerosas apariciones que le atraerían finalmente la atención nacional con el nombre de Barbi Benton. Hefner estaba fascinado con ella, sacudido por la atracción intensa que le producía, y a medida que ella reaccionaba con juvenil deleite a los lugares y cosas hermosas que Hefner daba por descontadas, motivaba en él un deseo de explorar aun más las ilimitadas posibilidades de su vida. Durante un fin de semana en Acapulco, Hefner se animó a seguir a Barbie y a sus amigos a volar en un water-kite propulsado por una lancha. Y por unos momentos de peligro, porque él no sabía nadar, el irremplazable director de Playboy Enterprises se vio colgado de sus brazos a una gran altura sobre la bahía.Debido a Barbi Benton, Hefner pasaba más tiempo que nunca en Los Ángeles, y en 1970 llegaría a comprar por un millón y medio de dólares un châtelaine . Juntos discutieron cómo redecorarían esa mansión de treinta habitaciones cubierta de marfil que se transformaría en la Playboy Mansion West, en la cual, durante muchos meses, arquitectos y constructores remodelaron los cinco acres y medio y los convirtieron en colinas y jardines, construyeron un lago y una cascada detrás de la casa principal y también crearon una gruta de piedra que albergaba una serie de jacuzzi donde los huéspedes podrían bañarse desnudos. Pusieron música en la gruta acuática, en el bosque de pinos y sequoyas, y en las praderas de césped donde podían vivir los animales de Hefner recientemente adquiridos: llamas y monos, mapaches y conejos, y hasta pavo reales. En los estanques había patos y ocas. En el aviario había cóndores, aracangas y flamencos. Asimismo, en un claro del bosque había una cancha de tenis a la que se debía bajar por unas escalinatas y sobre la que había una zona para comer al aire libre donde se podían servir almuerzos o cenas. Allí, camareros de corbata negra daban en bandeja, a cada pareja que llegaba con sus raquetas, dos latas sin abrir de pelotas de tenis.Visible desde prácticamente cualquier rincón de la propiedad, pese a los altos árboles y setos, estaba la mansión, una estructura como castillo con chimeneas como torreones que imitaban a una mansión inglesa del siglo XV. Frente a la entrada principal había una fuente de mármol blanco con querubines y cabezas de leones que arrojaban chorros de agua; y después de pasar por un arco de piedra y una sólida puerta de roble, los visitantes entraban en un inmenso recibidor con suelos de mármol y en el que colgaba un gigantesco candelabro dorado con velones que casi tenían el tamaño de un bate de béisbol. A la derecha había un comedor principesco con una gran mesa pulida de madera rodeada por doce sillas forradas de terciopelo azul; a la derecha, un gran salón con piano de concierto, sofás de cuero y muchas sillas que serían ocupadas por invitados en esas noches en que Hefner convertía el salón en un decorado de cine. Del recibidor partía una escalera gótica de doble balaustrada de madera que llevaba a varias de las suites privadas, incluyendo la suite principal que sería ocupada por Barbi Benton.
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Durante una de sus estancias en Chicago, a cientos de kilómetros de Barbi Benton, Hefner se sintió especialmente atraído por una rubia de ojos verdes como esmeraldas, oriunda de Texas y llamada Karen Christy. Con unos pechos inmensos, firmes y magníficos, y rizados cabellos rubios platinados que le cubrían los hombros y le llegaban hasta la media espalda, Karen Christy había sido descubierta en Dallas durante una «cacería de bunnies» llevada a cabo por un ejecutivo de Hefner llamado John Dante. Dante viajaba a menudo de ciudad en ciudad entrevistando a aquellas mujeres que, en respuesta a un anuncio en el periódico local, habían expresado su interés en trabajar en uno de los quince Playboy Clubs que operaban en todo el país. En Dallas, Karen y otras doscientas solicitantes se reunieron en el hotel Statler-Hilton para posar en bikini y conocer a John Dante y a otros ejecutivos de la revista. Cuando dos semanas después se le notificó que estaba aceptada, recibió un billete de avión para Chicago y una invitación para residir en la mansión de Playboy mientras la adiestraban para el club de Miami.Karen reaccionó con alegría y entusiasmo, porque jamás había ido al este de Texas y había pasado casi toda su juventud en las afueras rurales de Abilene con una familia que no estaba acostumbrada a las buenas noticias. Llegó a la conclusión de que el empleo de camarera con un rabo de algodón tenía que ser más interesante y remunerado que el de secretaria en una oficina. Entonces hizo las maletas y, al llegar al aeropuerto de Chicago, cogió un taxi hasta los portales de hierro negro forjado de la residencia de piedra caliza y ladrillo de Hefner en North State Parkway. Después de que los guardias de seguridad hubiesen comprobado su identidad en el vestíbulo, Karen Christy fue escoltada por un mayordomo a través de un salón de mármol y cruzó la puerta que daba a los dormitorios de las bunnies.Detrás de la puerta oyó el sonido de duchas y risas, secadores de pelo y música de la radio. Y, cuando traspasó el recibidor, vio a varias muchachas desnudas que entraban y salían de las habitaciones, presumiblemente preparándose para trabajar en el Playboy Club.Sorprendida y ligeramente molesta por la extrema informalidad del ambiente, Karen tomó aun más conciencia de dónde estaba cuando al entrar en la suite que le habían asignado, vio delante de un espejo a una morena desnuda peinándose y a una rubia de pelo corto sentada ante el vestidor limándose las uñas. Aunque ambas se mostraron simpáticas cuando Karen se presentó y contestaron con paciencia a todas sus preguntas sobre el trabajo que comenzaría al día siguiente, Karen sintió que mientras ellas hablaban la observaban críticamente, estudiando el contorno de su cuerpo bajo sus ropas. Y cuando se hubo quitado la blusa, pero no el brassière, una de las mujeres comentó, como de paso:–Nosotras no usamos eso aquí.Karen sonrió, pero no se quitó el sostén mientras seguía deshaciendo la maleta. Y hasta que no se fueron de la habitación y el dormitorio quedó vacío y en silencio, ella no se quitó toda la ropa para entrar en el baño a ducharse. Más tarde, sintiéndose refrescada y vestida con ropa nueva que había comprado en Dallas, Karen salió del dormitorio y bajó las escaleras para encontrarse de pronto en el inmenso salón que tenía suelos de teca y un techo a más de siete metros y medio de altura cubierto de cuadros de flores. Alrededor de una mesa de café, cerca de la distante chimenea, conversaba un grupo de mujeres y de hombres mayores. Hefner no estaba entre ellos, pero Karen reconoció al hombre que había conocido en Dallas, John Dante. Cuando Dante la vio, se levantó de inmediato y se acercó para saludarla. Dante era un hombre elegante, con un bigote pequeño y una cara amable y rubicunda. Tenía puesta una camisa abierta de seda con un medallón de oro sobre el pecho y unos pantalones bien planchados. Aunque era de hablar reposado, los camareros presentes en el salón, atentos a su estatus en la jerarquía de Hefner, quedaron a la expectativa mientras Dante estrechaba la mano de Karen. Y cuando le preguntó si quería algo de comer o beber, dos camareros aparecieron de pronto a su lado listos para satisfacer sus deseos.La presentó a la gente de la mesa y Karen tomó asiento entre ellos durante algunos momentos de molesto silencio, mientras los demás seguían charlando y sintiéndose relajados en el esplendor del lugar. Entonces se sumó al grupo una mujer atractiva de unos treinta años con facciones delicadas y finas, grandes ojos expresivos y unos modales que, aunque refinados, parecieron cálidos y naturales. Se llamaba Bobbie Arnstein y, como luego se enteró Karen, era la secretaria social y confidente de Hefner. Entre otras obligaciones, ayudaba a recibir a los huéspedes y visitantes famosos de Hefner, convenía el horario de las reuniones comerciales celebradas en la suite de Hefner y hacía casi todas las compras, incluyendo los regalos de Navidad y cumpleaños que Hefner enviaba a sus padres e hijos. Hacía años, aunque de forma breve e informal, ella había tenido un romance con Hefner, pero desde entonces su relación había madurado hasta desembocar en una profunda y especial amistad. Ahora Bobbie Arnstein, como Hefner, prefería amantes que fuesen menores que ella. La presencia de Bobbie en la mesa y su manera sutil de incluirla en la conversación facilitaron que Karen se sintiera más a gusto entre tantos desconocidos. Pero de cualquier manera agradeció la salida elegante que le ofreció Dante cuando la invitó a conocer la mansión.Con Dante a su lado, Karen cruzó el salón de paneles de roble donde habían estado sentados, subieron dos escalones y cruzaron una puerta que daba a una habitación que estaba atestada de aparatos electrónicos, incluyendo ocho distintos monitores de televisión, uno para cada canal de Chicago, lo que permitía grabar de forma simultánea una variedad de programas y volveros a pasar a gusto de Hefner. Al abrir una segunda puerta, Dante guió a Karen por la gruesa alfombra blanca de una habitación con paneles que estaba dominada por una cama redonda en cuyo centro estaba Hugh Hefner comiendo una hamburguesa y bebiendo una Pepsi Cola, mientras leía unas pruebas de imprenta. Levantando las cejas y con una sonrisa exagerada, Hefner saltó de la cama para saludarla.En los diez minutos siguientes, aparte de discutir con Dante para diversión de Karen, conversó con ella de forma seria, pero amable. Le hizo preguntas sobre su pasado y sus futuras aspiraciones, y le mostró el apartamento, su lujosa librería con paredes llenas de libros, su zona de baños con una bañera romana de un tamaño suficiente para una docena de personas, y los muchos botones y accesorios que activaban su cama rotatoria, que medía unos dos metros y medio de diámetro y había costado quince mil dólares. Cerca del lecho había una cámara que lo enfocaba y estaba diseñada para realizar transmisiones instantáneas y diferidas de las actividades amorosas de Hefner, algo que él encontraba insaciablemente estimulante. Pero en la exhibición a Karen Christy no mencionó ese aparato.Antes de que Karen se retirase, Hefner le explicó que más tarde jugaría al billar con el actor Hugh O’Brian y algunos otros huéspedes de la casa, y añadió que estaría encantado si Karen se unía al grupo. Ella contestó que iría. Luego, ya descansando en su cuarto, se sorprendió de lo cómoda que se había sentido en presencia de Hefner y lo realmente alegre y simpático que él le había parecido. También halló encantadoras las señales de adolescente descuido que observó en la suite privada: los suelos llenos de papeles y revistas viejas, ropas tiradas descuidadamente sobre los muebles, la maleta de su viaje a California abierta, pero aún sin vaciar. Pese a los muchos criados dedicados a mantener el orden y el aseo a toda hora, Hefner daba la impresión de tener que ser atendido con más cuidado, más personalmente.
Después de una cena a medianoche, que los camareros tuvieron que llevar en bandejas de plata a la sala de juegos y servirla sobre los cristales de las máquinas de juegos en que Hefner y algunos amigos seguían jugando mientras comían, el grupo bajó al bar que estaba debajo de la piscina a tomar unos tragos, nadar y conversar. Hefner se mantuvo cerca de Karen. Poco a poco los demás fueron intuyendo que él quería algo de intimidad y los dejaron solos. Era la una cuando llegaron y tres horas después aún estaban allí, sentados juntos y hablando en susurros ante una pequeña mesa bajo la luz verdiazulada de la piscina. Él parecía interesado en conocer su pasado, sus estudios y cómo había superado los numerosos problemas y las muertes en su familia. Parecía auténticamente interesado en conocerla íntimamente, ansioso por escuchar de ella lo que nunca nadie se había tomado el tiempo de escuchar. Y la escuchaba durante largo rato sin interrumpirla, permitiéndole desarrollar sus ideas sin prisa. Ella también lo escuchó mientras él le hablaba de su propio pasado, su matrimonio desgraciado, sus esperanzas respecto de sus hijos y su actual relación en Los Ángeles con Barbi Benton. Karen agradeció especialmente su franqueza en lo que concernía a Barbi, un tema que un hombre menos honesto podría haber ignorado a conveniencia, por lo menos la primera noche que estaba con alguien nuevo.Así pasaron unos meses, y a medida que se sentía más ligada emocionalmente a Hefner, Karen experimentaba una creciente soledad y se preguntaba en privado qué sabría Barbi de ella, si es que sabía algo. Pero las llamadas telefónicas que recibía cada día de Hefner cuando él estaba en California y los regalos que le hacía la tranquilizaban. Durante su primer mes juntos, él le había dado un reloj de diamantes con una inscripción: «Con amor». Su regalo de Navidad en 1971 fue un abrigo largo de armiño blanco. Y en marzo del año siguiente, cuando ella cumplió veintiún años, le entregó un anillo de diamantes de cinco quilates de Tiffany’s. También le dio un anillo de esmeraldas, una chaqueta de zorro plateado, una pintura de Matisse, un gato persa y una hermosa reproducción metálica de la cubierta de PLAYBOY en la que ella había aparecido. Su regalo de Navidad en 1972 fue un Lincoln Mark IV blanco: un auto lujosísimo.Con el dinero que ganaba como modelo y sus apariciones públicas en PLAYBOY, Karen compró para el tablero del Monopolio de Hefner unas piezas especialmente diseñadas como hoteles tallados a mano iguales al Playboy Plaza Hotel de Miami, y pequeñas estatuas de las seis personas que más a menudo se sentaban alrededor del tablero. Además de Hefner, cuya escultura de pocos centímetros de altura tenía puesta una bata roja y fumaba una pipa, las otras figurillas representaban a Karen, a Bobbie Arnstein y a John Dante, y a los dos viejos amigos y huéspedes habituales de la casa: Gene Siskel, el crítico de cine del TRIBUNE de Chicago, y Shel Silverstein, un dibujante y escritor de literatura infantil. Asimismo, le encargó a un artista de Chicago que hiciera un retrato de Hefner: una gran pintura al óleo que lo mostraba sentado en una silla vestido con una bata de seda y fumando una pipa, mientras encima de su cabeza había una nube de humo blanco en la que estaba una foto de Karen Christy desnuda. Cuando le mostró el regalo, se divirtió señalando que la parte donde estaba su foto podía separarse y que cuando él se cansara de mirarla, podría reemplazarla con total facilidad por la foto de alguna otra.
* * *
Una revista le dio a Barbi Benton la primera noticia de que Hefner estaba más que súper-oficialmente comprometido con otra mujer. Sin telefonear ni notificárselo de ningún modo a Hefner, Barbi hizo sus maletas y abandonó la mansión. Cuando Hefner se enteró de su partida, de inmediato llamó a sus pilotos para que lo llevaran a California, afligiendo mucho a Karen Christy, quien en los últimos meses había llegado a creer que Hefner estaba más enamorado de ella que de Barbi. Después de tranquilizar a Karen diciéndole que ella era fundamental en su vida, pero insistiendo en que se sentía obligado a aplacar a Barbi y que tenía que hacerlo en persona, partió hacia Los Ángeles. Karen pareció comprender su partida: Barbi había estado en la vida de Hefner antes que ella.Lo que Hefner no admitió ante Karen era que quería que Barbi regresara, que las necesitaba a las dos, que se sentía atraído por ambas por razones diferentes. Admiraba a Barbi Benton por su vitalidad y espíritu animoso. Y el hecho de que él no pudiera controlar financieramente a esta californiana independiente que también intentaba afirmar su personalidad como cantante de música country-and-western, la convertía en un desafío personal y constantemente deseable. Pero en otras áreas que eran importantes para Hefner –en especial entre las cuatro paredes de su dormitorio–, Barbi no podía competir con Karen. Aunque tímida con la gente, Karen era desinhibida en privado. Y en el vasto y variado pasado erótico de Hefner, él nunca había conocido a nadie que pudiera superarla en habilidad y ardor en la cama. La visión de ella quitándose la ropa era algo que le fascinaba. Y después de haberle bañado el cuerpo con aceite –lo que ella parecía disfrutar tanto como él–, el hacer el amor de forma suave y brillante lo transportaba a cimas de placer apasionado. A diferencia de Barbi, quien a menudo estaba fatigada por la noche después de ensayar en los estudios y detestaba que el aceite le manchara el pelo las noches en que tenía ensayo la mañana siguiente, Karen no tenía ambiciones profesionales y sí muchas horas libres durante el día para lavarse y secarse el pelo. Cuando tenía ganas de estar con una sola persona, esa persona era generalmente Karen Christy, pero cuando hacía de anfitrión en una gran fiesta –en especial en una para recolectar fondos para las causas sociales que frecuentemente patrocinaba–, prefería tener a su lado a Barbi Benton. Barbi era la única mujer que había conocido en años recientes de la que él creyese que pudiera ser una esposa aceptable.Si bien no tenía ninguna intención de ofrecerle matrimonio a Barbi Benton para inducirla a un posible retorno, no se podía imaginar feliz en su mansión de la Costa Oeste si ella no residía allí. Y tan pronto como aterrizó en Los Ángeles y la localizó por teléfono en un hotel de Hawai –donde le alivió saber que estaba en casa de una amiga–, le rogó que lo perdonase y le dijo que no debía permitir que un artículo destruyera sus años de amor y comprensión.Aunque por teléfono ella se mostró reservada e insistió en que se quedaría una semana más en Hawai, aceptó hablar con él en persona cuando regresara a Los Ángeles. Pero cuando él la vio, ella aún estaba molesta y distante, y aunque admitió que todavía lo amaba y esperaba que su relación pudiera revivir, le anunció que había alquilado un departamento en Beverly Hills, un lugar al que podría ir cuando quisiera apartarse de los huéspedes de la mansión y de las bunnies.Después de que Barbi Benton hubiera estado en la cama con Hugh Hefner, le prometió que no saldría con otros hombres y Hefner le prometió que le sería fiel a su manera. A partir de entonces le envió flores a su apartamento cada día proclamándole su amor. En el ínterin, él hablaba diariamente por teléfono con Karen Christy, quien estaba ansiosa de que regresase, pero cuando volvió a su mansión de Chicago, sintió que ella también estaba de algún modo diferente, más reservada, menos abierta con él, aun cuando ella le dijo que nada había cambiado entre ellos. Y entonces, una tarde, al salir de una reunión de negocios, Hefner descubrió que Karen Christy no estaba en la mansión. Algunos de los huéspedes y guardias la habían visto hacía unas horas, pero una rápida inspección de cada cuarto de la casa, incluyendo los pasadizos y pasillos secretos, no dio ninguna pista de dónde se encontraba. A la medianoche, Hefner estaba visiblemente conmovido y exasperado. Y ante la sugerencia de que quizá ella podía estar en el apartamento de una bunny llamada Nanci Heitner, con quien Karen solía pasar el tiempo cuando Hefner no estaba en la ciudad, se puso un abrigo encima del pijama, saltó a su Mercedes con chofer y, acompañado por unos guardias, viajó en medio de una ligera nevada al barrio Lincoln Park de Chicago.Cuando el chofer se detuvo ante un edificio de ladrillos de cuatro pisos donde vivía Nanci Heitner, Hefner y los guardias se apresuraron a llegar a la puerta a oscuras y encendieron cerillas para mirar en los nombres del correo para localizar el apartamento de Nanci Heitner. Había una hilera de seis botones a lo largo de la caja, pero los nombres cubiertos de plástico eran ilegibles o no estaban. De modo que el impaciente Hefner tocó los seis botones a la vez. Cuando, por último, se abrió la puerta, se acercó a las escaleras y preguntó en voz muy alta:–Hola, soy Hugh Hefner. ¿Está Karen Christy por allí?Los dos guardias, pertrechados con walkie-talkies y Hefner con una Pepsi, aguardaron un momento a que les llegara alguna respuesta. Como no hubo ninguna, Hefner procedió a subir las escaleras y a golpear en cada puerta, repitiendo:–Soy Hugh Hefner y busco a Karen Christy.Pronto, en el segundo piso, oyó ruidos detrás de una puerta y vio luz a través de la cerradura.–¿Qué es lo que quiere? –preguntó una mujer detrás de la cerradura.–Soy Hugh Hefner y...–¿Es realmente Hugh Hefner? –preguntó la mujer aún sin abrir la puerta.Luego Hefner oyó la voz de un hombre en el fondo que le preguntaba qué era todo ese alboroto, y ella contestó:–Ahí afuera hay un idiota que dice que es Hugh Hefner.Nadie contestó a las puertas del segundo y del tercer piso, pero Hefner siguió subiendo y, después de golpear la puerta del apartamento 4-A, oyó el ladrido de un perro y una voz que le anunció:–Karen no está aquí.Se abrió la puerta y Nanci Heitner, una joven rubia con una bata negra, manteniendo alejado a su perro tibetano, dejó que entraran Hefner y los guardias.–No está aquí. Puede comprobarlo usted mismo.Mientras Hefner se disculpaba por esta irrupción a deshoras, los guardias revisaron el apartamento de Nancy, sus armarios y hasta debajo de la cama. Hefner parecía cansado y desesperado, despeinado y con su botella vacía de Pepsi Cola. Después de que los guardias completaron su búsqueda, Nancy Heitner los acompañó hasta la puerta sintiendo lástima por él. Apenas se había ido el coche de Hefner cuando sonó el teléfono. Era la voz sollozante de Karen Christy diciendo que estaba en una cabina telefónica y que quería ir al apartamento, añadiendo que tenía que alejarse del infiel Hugh Hefner. Las dos muchachas hablaron durante horas, abandonando el apartamento para tomar una última copa a las dos de la madrugada en el ambiente más alegre del cercano bar Four Torches. Pero cuando volvían al edificio, dos horas después, vieron el coche de Hefner en la calle. Y cuando él las vio, saltó del coche y corrió hacia Karen con los brazos abiertos. Karen se detuvo al lado de Nanci y lanzó una maldición entre dientes. Pero cuando Hefner se le acercó con lágrimas en los ojos, Karen se abalanzó para abrazarlo y ella también empezó a llorar.
* * *
Hefner sugirió que tomaran unas cortas vacaciones en Acapulco, y Karen se entusiasmó. Para ella había sido un invierno largo y frío en Chicago, y estaba muy dispuesta a pasar unos días al sol.
Acompañados por una pareja de amigos de Hefner que le caía muy bien a Karen, la visita a Acapulco fue para ella un alivio de todas las tensiones de los últimos meses. Hefner le estaba dando su bien más preciado –su tiempo–, y en los días y noches refulgentes que pasaron, ella se sintió feliz en su presencia y deseó que esa situación durase para siempre. Pero la vida cálida al aire libre y las noches tranquilas ejercían poca atracción sobre Hefner.
De regreso, camino al aeropuerto, sentada a su lado en el asiento trasero del coche, Karen se preguntó en voz alta cuándo volverían a estar juntos. Después de que él le diera una respuesta vaga, ella lo obligó a ser más específico. Quería saber cuánto tiempo le llevarían sus obligaciones, por lo menos aproximadamente, y cuándo podría contar con volver a verlo. Pero él se mantuvo tercamente evasivo y distante: fue como si ya estuviera volando a kilómetros de distancia, fuera de su alcance. Y cuando ella caminó de su brazo a través de una sala llena de gente y hacia la pista brillante donde lo esperaba el avión Playboy, se sintió presa de una gran ansiedad. Y antes de darle un beso de despedida, trató una vez más de arrancarle una respuesta concreta a su urgente pregunta. En ese momento, de repente y furiosamente, Hefner cogió el portafolios de cuero que llevaba y lo arrojó por el aire hacia el avión. Cuando la cartera rebotó pesadamente en el suelo, Hefner se lanzó tras ella como un galgo persiguiendo un conejo mecánico. Y cuando llegó adonde estaba, saltó con ambos pies sobre ella varias veces.
Mientras sus pilotos lo contemplaban perplejos y algunos grupos de turistas bronceados por el sol se detenían para mirarlo, la petrificada Karen Christy corrió hacia Hefner. Pero antes de que ella llegara, él se había calmado milagrosamente y su tempestuoso ataque había desaparecido por sí solo a los pocos segundos. Mientras bajaba de estar de pie sobre su portafolios, no pareció avergonzado ni consciente de lo que había hecho. Y después de que alguien se llevara su cartera algo maltrecha y que él le hubiera dado a Karen un beso de despedida, subió la escalerilla metálica. Luego desapareció en la cabina del avión.
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