* En la playa La Sorda de Mollendo se realizó el II Curso de Corresponsales Navales 2007, organizado por la III Zona Naval de la Marina de Guerra del Perú. * Fueron 29 hombres de prensa los que se aventuraron en esta historia de audacia
Vistaprevia/Hugo Mendoza CH.
En dos días, apenas cerramos los ojos tres horas. El técnico de tercera Infante de Marina Walter Morales, considera necesario perder el sueño cuando se está en medio de la guerra. Se trata de conservar el pellejo y para ello lo mejor es mantener los ojos abiertos tanto como te sea posible. Por eso en el Ejército no se conjuga el verbo "dormir" sino el verbo "descansar".
Esto no es la guerra, pero 29 hombres de prensa dejando los quehaceres periodísticos nos aventuramos en el Curso de Corresponsales Navales. La escena transcurre en la playa La Sorda, un litoral accidentado, a 20 kilómetros de Mollendo, perfecta para una emboscada o una carnicería.
“Tienes que ser periodista, carajo”, esta frase se quedó gravada en mi mente cuando la escuché en la película Tinta Roja hace cinco años. Desde ese momento cavilé que ser periodista equivale a sacrificio.
La única arma para un periodista es la verdad, aunque eso origine la muerte. Las cifras de Reporteros sin Frontera indican que en lo que va del año fallecieron 64 periodistas cumpliendo su deber. Prepararse no es un juego.
VALOR
Playa La Sorda, 09:00 horas del pasado 29 de agosto. Parece las cinco de la mañana. La intensa llovizna y el frío que cala los huesos del periodista más recio revelan que empezó la preparación. Los avisos son claros, el instructor más veterano refiere “aquí estamos entre alumno e instructor”.
La entrega de materiales y equipo ligero consiste en una mochila, una bolsa para dormir (que no utilizamos), gamela, entre otros enseres. En medio de la intensa llovizna nos dieron además una carpa de dos metros cuadrados.
La voz ronca, casi chillona advierte “en cinco minutos todos deben estar instalados” sólo hubo tiempo para entrar y salir de la pequeña carpa. Al inicio del curso se impartieron conocimientos teóricos y prácticos como primeros auxilios para evacuar a los heridos en caso de un conflicto bélico.
Número 13, número 22, todos los hombres de prensa llevábamos escrito sobre nuestro casco un sombrío guarismo. Es una forma de identificar a los compañeros que no conoces, pero a la vez una manera de perder la identidad. Con decir un número alguien responde “presente mi instructor”.
El compañero número 35 comenta. “En las guerras, hasta las más oscuras fantasías de los hombres pueden hacerse realidad; desde las conversiones fulminantes a la fe de Dios hasta el descubrimiento de la verdadera vocación: matar”.
En la guerra vale todo, pero los periodistas discrepamos con ese razonamiento. A las 14:00 horas se realiza el reconocimiento de armamentos de la Marina y la prueba de tiro. Acostumbrarse al armamento es difícil al principio, pero “tienes que quererlo más que a una esposa”, dice un periodista que sirvió al Ejército en la época más sangrienta. Perder un arma es como perder la vida.
El cansancio no existe. Pasadas las 20:00 horas se realizó la técnica de supervivencia, la lluvia apenas permitió que encendiéramos el fuego. Una de la mañana del domingo “por fin a descansar”, murmuramos en voz baja y exhaustos por los ejercicios, pero apenas cerramos los ojos una ráfaga nos hizo saltar de golpe. La orden es formarse.
No hubo tiempo para dormir sólo para descansar. A las tres de la mañana, los 29 hombres de prensa estábamos trotando más de 10 kilómetros, sólo nueve llegaron a la meta junto a los instructores, después vinieron los ejercicios físicos de rigor.
Cuatro y media, formados en forma de cadena humana nos dirigimos al mar de Grau, el frío por momentos quiso hacernos pusilánimes, pero la cadena humana pudo más, finalmente todos acabamos bajo el agua, y la llovizna no paró jamás.
Las bombas lacrimógenas no nos dejaron respirar. Las lágrimas eran inevitables. La práctica de disturbios sociales era real, se formaron dos grupos, uno de policías antimotines y el otro de manifestantes. Vivimos en carne propia un enfrentamiento entre población y policías. No hubo heridos pero sí muchas lágrimas.
La prueba más difícil fue la simulación del paso de un río usando como puente una cuerda. Cada dos o tres minutos todos al suelo, “es de vida o muerte un patrullaje” dijo el instructor. La caminata duró no más de 20 minutos, pero para nosotros fue eterna, se realizaron disparos, la emboscada era inminente. Regresamos a la zona segura.
Por segunda vez, a la media noche intentaba cerrar los ojos para descansar, la bulla de la sirena nos hizo saltar de nuevo. Era hora de la retirada, la caminata de 20 kilómetros como última actividad esperaba. Dejé con mucha nostalgia La Sorda. Era las tres de la mañana del lunes y había acabado el curso.
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